Se acaba el verano y comienza la vuelta a la rutina. Pero ¿qué rutina? A veces septiembre no trae una estructura clara, sino una sensación de empezar algo que no sabemos muy bien qué es. Volvemos, sí… pero sin saber exactamente a dónde.
Esa confusión no es rara. De hecho, está estudiada. El llamado síndrome postvacacional describe el malestar físico y emocional que muchas personas experimentan tras las vacaciones. Cansancio, irritabilidad, falta de concentración, tristeza… No son señales de debilidad. Son señales de adaptación.
Y es que no solo se trata de cambiar el ritmo del sueño o retomar responsabilidades. Lo difícil es reajustarse emocionalmente a un entorno que tal vez sentimos lejano, exigente o carente de sentido. Es ahí donde aparece la desorientación emocional: sabemos que hay que volver, pero no sentimos que estemos preparados para ello.
Las redes, los anuncios, los mensajes sociales dicen “nuevo curso, nuevas metas”. Pero ¿y si este año no tengo objetivos claros? ¿Y si lo que necesito no es comenzar nada nuevo, sino entender cómo me encuentro realmente?
El estrés de septiembre no siempre viene del exceso de tareas. A veces viene de la presión interna por estar a la altura, por recuperar el control, por parecer que todo va bien cuando dentro aún no lo sentimos así. No solo los adultos y adolescentes lo sufren, en ocasiones también lo acusan los más pequeños.
A veces basta con reconocer que no sé a dónde estoy volviendo. Que hay un nudo, una incomodidad, una pregunta sin responder. Y eso ya es mucho.
Si sientes que esta vuelta te cuesta más de lo que esperabas, podemos acompañarte. El síndrome postvacacional puede ser una oportunidad para escucharte con calma y reencontrarte contigo, sin exigencias.

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