Empieza junio y con él se acerca el fin de curso, los últimos esfuerzos, las agendas llenas y la promesa de un descanso que todavía no llega. Todo se acelera y, sin embargo, algo en mí pide parar.
Es una sensación extraña. Mientras todo se activa afuera, yo noto una especie de cansancio profundo. No hablo solo de fatiga física. Es como si llevara meses acumulando cosas que no he terminado de procesar: emociones, dudas, decisiones que he ido posponiendo. Ahora el cuerpo me lo recuerda, con su forma particular de hablar.
Me cuesta concentrarme. Me irrito con facilidad. Siento que estoy a punto de explotar por cosas pequeñas. Y entonces lo entiendo: necesito parar.
No siempre nos damos ese permiso. Solemos pensar que frenar es rendirse. Pero no lo es. A veces, detenernos a tiempo es lo que nos permite seguir. Escuchar el cuerpo, reconocer el agotamiento emocional y hacer espacio para lo que realmente importa también es avanzar.
Quizá no puedas parar del todo, pero sí un poco. Respirar más lento. Dormir mejor. Decir que no. Delegar algo. Pedir ayuda. Hablar con alguien. Escuchar lo que llevas tiempo silenciando.
Junio puede ser ese umbral. Entre lo que ha pasado y lo que vendrá. Entre el desgaste y la posibilidad de cuidarte mejor. No hay que esperar a tocar fondo para pedir acompañamiento. A veces basta con escuchar esa primera señal.
Si tú también sientes que vas con demasiada carga, este puede ser el momento de parar. Estamos aquí para acompañarte a hacerlo con conciencia y sin culpa.

Envíanos un WhatsApp