¿Te ha pasado? Empezar a notar que todo agobia. No solo es cosa de la rutina, del trabajo o de las obligaciones. También es esa mochila emocional que a veces cargo sin darme cuenta: el cansancio que no nombré, el enfado que guardé, las decisiones que tomé y las que aún no.

Y junto a todo eso, aparece algo más sutil pero igual de pesado: la exigencia de estar bien. De entenderlo todo, de responder siempre con calma, de sostener a los demás, de tener claro lo que quiero, de avanzar.

Hay una trampa ahí. Una especie de perfeccionismo emocional que me hace sentir que, si estoy en un camino terapéutico o de crecimiento, debo hacerlo bien. Y hacerlo bien suena a no sentirme mal, a no equivocarme, a estar siempre un paso por delante de mi propio caos.

Pero ese no es el objetivo.

Sentirse en equilibrio no es buscar la perfección. Es buscar presencia. Estar conmigo tal como estoy, sin exigencias. Mirarme con honestidad, no con juicio. Reconocer lo que hay, aunque no me guste, aunque no sepa qué hacer con ello.

La autoexigencia emocional, muchas veces, no se nota desde fuera. Pero dentro aprieta. Me habla con frases tipo “no debería estar así”, “ya tendría que haberlo superado”, “con todo lo que sé, ¿cómo me sigue pasando esto?”. Y ahí se me va la fuerza. Ahí se me carga la mochila.

Este mes me propongo soltarla un poco. No todo, solo un poco. Aflojar el paso. Escucharme más. Y si no puedo sola, también puedo buscar acompañamiento. Porque estar presente no siempre es fácil… pero sí es posible.

Si te pesa la mochila emocional y sientes que te exiges demasiado, estamos aquí para caminar contigo. No hace falta tenerlo todo claro para empezar. Solo estar.