A veces no es el dolor físico o el de una muerte lo que duele. A veces es otra cosa: una relación que cambió, un trabajo que ya no es, un lugar que se perdió, una etapa que cerró sin permiso… o incluso un cuerpo que ya no responde como antes. Un cambio que lo pone todo patas arriba. Y sin embargo duele. Mucho.
Y es entonces cuando aparece el desconcierto, un pesar y empieza la desesperanza: ¿por qué me duele tanto, si no ha pasado “nada tan grave”?
Porque estamos enfrentando un duelo emocional. El duelo no solo ocurre cuando perdemos a alguien querido. Esta sensación también se activa cuando algo a lo que teníamos apego cambia, desaparece o deja de tener sentido.
Y como esas pérdidas no siempre están validadas socialmente, solemos silenciarlas. Intentamos seguir como si nada. Pero por dentro… hay un vacío. Una tristeza que no avisa, una incomodidad que no se nombra, una sensación de que algo se ha roto, aunque no sepamos exactamente qué.
El problema no es sentir eso. El problema es negarlo. Porque cuando intentamos esquivar el dolor, lo que hacemos es alargar el duelo. Lo bloqueamos. Lo cronificamos. Y entonces aparecen el agotamiento, la tristeza, la ansiedad, la irritabilidad o el desánimo sin causa aparente.
La verdad es que no hay atajos para el proceso de duelo. No se supera. Se atraviesa, paso a paso, cada cual tiene su ritmo. Se siente. Se nombra. Se respira. Y poco a poco se transforma. Y ahí está la verdadera salida: no en evitarlo, sino en atravesarlo y superarlo.
Si sientes que duele y no sabes por qué, es algo totalmente válido. Podemos ayudarte a reconocerlo, sostenerlo y atravesarlo. No estás solx.

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