La pareja es un fenómeno sociológico, histórico, legal, etc., pero sobre todo, es una experiencia psicológica, un encuentro emocional. Es el pretexto fundamental por el que las personas nos vinculamos amorosamente. Para algunos es una necesidad, para otros un fuerte deseo, una experiencia básica o irrenunciable, un conflicto seguro, un riesgo…

Las relaciones amorosas no avanzan como una línea recta, tienen etapas, momentos de intensa emoción y otros de estancamiento, alegrías y frustraciones, movimientos que nos atraen y otros de los que salimos escaldados. Podemos pensar que son casualidades, descubrimientos personales, pero la verdad es que nos parecemos bastante en el modo de vivir estas cosas, tanto, que es posible reconocer una serie de procesos en los que nos implicamos cuando nos relacionamos:

  • Iniciar un relación de pareja implica a menudo abrir un proceso emocional que todos conocemos como enamoramiento. Sabemos que este proceso no es el amor maduro que hace que una relación pueda mantenerse en el tiempo y vencer dificultades, pero la mayoría ansiamos ese estado especial y lo valoramos enormemente. Nos gusta ese estado alterado en el que sólo tenemos en mente a la otra persona, en el que el otro es sensacional, cubre nuestras expectativas, se acerca a nuestros ideales.
  • También sabemos que es un estado efímero y que cuando termina, al cabo de unas semanas o meses, la relación sufre un cambio: si la pareja mantiene el interés y empieza a enfrentar la realidad de lo que cada uno es, si aceptamos al otro en sus virtudes y en sus defectos, comienza el proceso de maduración de la relación; en caso contrario la relación acaba y vivimos el proceso de decepción y des-enamoramiento. Este último caso puede ser un proceso corto y sencillo cuando simplemente caemos en la cuenta de que no sentimos tanto interés, de que el amor se ha ido desinflando, de este modo estamos tranquilos cuando nos alejamos de la persona, casi mejor que cuando estamos con ella. Pero el proceso puede ser más tormentoso cuando nos sentimos decepcionados o engañados, cuando el otro descubre algo de sí mismo que nos agrede o nos disgusta profundamente.
  • Pero que la relación madure no significa que se acabe el proceso de la relación. Cuando creemos esto caemos en una cierta apatía, un conformismo que provoca que nos sintamos estancados, no estamos mal pero tampoco estamos bien. En las relaciones que duran mucho tiempo este factor es importante pues, si persiste, puede acabar con la dinámica emocional de la relación, ya nada se mueve, no hay interés, ni energía, y este es un modo de vivir que no nos es suficiente a la mayoría de personas.

 

  • Otro proceso con el que nos encontramos dentro de la maduración de las relaciones es la lucha por el poder. Generalmente es un proceso que aparece bastante pronto, en los primeros años de la relación y suele irse desvaneciendo si se supera adecuadamente. En otros casos la situación no parece tener fin, el proceso no acaba de resolverse y las personas siguen peleando por sus parcelas de decisión, de autonomía, de opinión, de estilo de educar a los hijos, de manejo del dinero, o de cualquier otra cuestión que les resulte importante compartir.
  • Y ¿qué hacer cuando la pareja parece desarrollarse hacia lugares muy distintos? Aunque el ideal en la pareja es encontrar espacios comunes donde pasar tiempo y dedicar energía, también aparecen intereses que no se comparten. El tiempo de cada quien se diluye en actividades que parecen «robar» el tiempo para la pareja: trabajo, aficiones, deportes, amistades, etc. Este proceso de búsqueda independiente parece una señal de libertad, pero puede convertirse en una evasión, un modo de no enfrentar las dificultades de la convivencia, una salida para el aburrimiento, una excusa para forzar la relación hasta el límite, etc.
  • Otra posibilidad bastante frecuente es la aparición de otra persona que provoca una crisis de fidelidad. No es probable que en una relación de larga duración nunca haya bajones, temporadas de dificultad o de vacío…, suele ser en esos momentos cuando nos fijamos en otra persona, alguien que puede parecernos de pronto muy atractivo por alguna razón. Si nos atrevemos a mirar en profundidad, es probable que eso que destaca de esa persona es algún aspecto que vivimos como carencia, como necesidad no satisfecha, como deseo que con nuestra pareja no podemos cumplir. Perdemos entonces la confianza, la fe en la persona con quien estamos, nos hacemos in-fieles (sin fe). Esta suele ser una crisis aguda en las parejas que tiene muchas salidas posibles, y casi siempre nos fuerza a desarrollar modos de afrontar con los que no contábamos a priori, para volver a la confianza perdida que puede regenerar la relación, o para tomar la salida de la misma.
  • Hay procesos de distanciamiento y de re-enamoramiento, hay procesos de desgaste frente a dificultades muy graves o frente a pérdidas o problemas que se arrastran durante mucho tiempo, hay procesos de apego a las modalidades familiares de cada quien o a las personas que forman la familia de origen, hay procesos de desarrollo individual que fuerzan el desarrollo del vínculo, hay nidos vacíos, jubilaciones, enfermedades, la muerte.

 

No quiero agotar aquí los procesos posibles, la pareja es un espacio tan rico que en él caben muchas cosas, la creatividad para hacernos la vida imposible o para crecer juntos es inagotable. Pero es factible dibujar mapas, aproximaciones hacia lo que es la realidad diferente de cada quien, puede que este mapa, que surge de la observación de muchas parejas, le sirva a alguien para señalar el lugar en donde se está, permitirse sentirse perdido pero con un sentido para encontrarse, o hacerse preguntas, o contestarlas…