¿Tengo ansiedad?
Esta es una pregunta frecuente, frente a la cual es necesario tener cuidado. Hay respuestas que son falsas, a pesar de ser muy repetidas, a veces incluso interesadas, sospechosas. Hay respuestas que son el fruto de repetir lo conocido, la doctrina de alguien. Y hay dudas, ¿pensar por uno mismo?
Vivimos una época curiosa, junto a muchos desarrollos técnicos y científicos, se cuelan pérdidas importantes, una de las más graves es el sentido común, especialmente en la psicología. Probablemente necesitamos una gran dosis de sentido común para asomarnos al fenómeno de la ansiedad y poder ir un poco más allá de una especie de pánico colectivo en el que vivimos y nos contagiamos unos a otros.
Disponemos de una respuesta corporal frente a la novedad, a lo desconocido, a lo difícil o incluso peligroso, esta respuesta es la activación. Cuando necesitamos más recursos para enfrentarnos a situaciones de este tipo, echamos mano de la activación que nos provee de más oxígeno, más sangre, más tensión, más contracción muscular, más agudeza visual, más velocidad corporal y mental, etc. Nadie se queja de estas habilidades, son las responsables de nuestra supervivencia a lo largo de los siglos.
Sabemos que, a veces, por motivos muy variados, que son los interesantes desde el punto de vista de un terapeuta como yo, esa activación aumenta de un modo desproporcionado para la situación que vivimos, dando lugar a que las habilidades se vuelvan síntomas: mareo, sofocos, contracturas musculares, visión irreal, agitación, pensamientos invasivos o erráticos. Las reacciones corporales no han cambiado respecto a las de párrafo anterior, lo que ha cambiado drásticamente es la valoración que hacemos de ellas. Las primeras las valoramos como ventajas, poder…; las segundas, como algo peligroso, incómodo o que señala una enfermedad o la locura. Con esta perspectiva no es extraño que aparezcan la vigilancia sobre estos síntomas, la repetición, la evitación y todo tipo de maniobras dirigidas a alejar esas sensaciones de la conciencia.
¿Qué nos dice el sentido común? El mío, que tengo ansiedad desde que recuerdo, que hay días que me resulta más tolerable que otros y que casi siempre la he llamado de otro modo: disgusto, tristeza, rabia, contrariedad, apuro, prisa, etc. En algunas épocas ha llegado incluso a producir algunos síntomas de los que antes he citado. También me habla el sentido común de que siempre he tenido problemas o problemillas, cosas que no estaban en su sitio, es decir, en el sitio que yo quería, personas, relaciones, actividades, responsabilidades, frustraciones… Cuando alguna de estas cosillas han estado más activas, más molestas, he sentido más activación —perdón, más ansiedad—, pero ¿tenía ansiedad o tenía problemas?
A veces las cosas que activan la ansiedad están tan automatizadas que no nos damos cuenta de que molestan, les hemos quitado importancia, nos hemos acostumbrado a ellas, creemos que ya las hemos superado o, simplemente, las hemos olvidado «convenientemente». Como decía antes, estas son las que tienen interés para mí, las que contribuyen a situarme en el mundo de un modo más sensato, las que necesito aceptar, tolerar o amar. Cosas, en fin, que forman parte de mi vida y de la tuya, de la de todos; cosas de las de siempre.