Mucha gente al contarme sus problemas dice algo como “mi cabeza no para”, “no puedo pensar en otra cosa”, “me pongo nerviosa cuando me vienen todos los pensamientos a la cabeza”, “tengo como un peso encima cuando me imagino lo que puede pasar”, “dándole vueltas a las cosas, no puedo dormir”.

 

En estas condiciones las personas viven distraídas, angustiadas, obsesionadas o perdidas en un mar de recuerdos e ilusiones futuras, sin ver el presente que discurre frente a ellas plácidamente, dando o quitando sentido a sus vidas.

Podríamos decir que la mente es una adquisición preciosa pero que, usada de esta forma, puede convertirse en una fuente de sufrimiento.

La forma más habitual en que una persona tiene presente su “mente” es la que se da cuando no está haciendo contacto con nada nuevo o interesante, algo que llame su atención con intensidad. Al faltar este estímulo potente, la mente se vuelve sobre sí misma dedicándose, o bien a permanecer en un estado “flotante” vagando sin un tema claro, o bien “viajando en el tiempo”, recordando o imaginando el futuro. A este estado lo llamaremos la mente en piloto automático, para diferenciarlo de aquel otro en el que la atención, la curiosidad, la conciencia están presentes, como pilotando en “modo manual”.

Esta forma atenta de la mente, se da naturalmente cuando sentimos el mundo como un lugar nuevo e interesante, lleno de cosas y personas para descubrir e interactuar. Es la mente de un niño frente a la mente de un anciano: la primera abierta a todo un mundo nuevo, la segunda ya no se sorprende por nada. Cuando el mundo que nos rodea nos plantea retos o intereses, el contacto es pleno, hay presencia; pero si el mundo se vuelve rutinario o nos presiona, la solución más frecuente es el “piloto automático”.

 

 

En general este estado automático no es malo, solamente es un estado de ahorro de energía, de poca activación, lo peor que tiene usualmente es el perder sensaciones, ocasiones de disfrutar de pequeñas cosas, de sentir con plenitud lo que ocurre. Sin embargo con frecuencia ese pensamiento flotante o el movimiento entre el pasado y el futuro, no son inocuos sino que acaban produciendo agitación, frustración, sensación de amenaza o exigencia, miedos, prisas… Los pensamientos que han estado “flotando” por la mente, han desencadenado una cadena de emociones desagradables, o un estado de ánimo decaído, o un estado de paralización de recursos emocionales e intelectuales para superar una situación.

¿Convendría, pues, mantener la mente en el otro estado, el de plena conciencia? ¿Se podría conseguir?

Estas preguntas han originado una respuesta en el mundo antiguo, en el oriente, donde se desarrollaron técnicas depuradas para conseguir estados de presencia plena, de conciencia en el presente. Estas técnicas han llegado a nuestros días y se han difundido ampliamente, se trata de las técnicas de meditación.

Existen muchas técnicas de meditación, algunas más fáciles de aprender y otras más difíciles, algunas muy abigarradas y otras muy sencillas, algunas más folklóricas y tradicionales y otras más modernas… En fin, el repertorio meditativo es amplio y puede adaptarse bien a cualquier practicante.

En la actualidad hay un interés enorme desde el mundo científico por la meditación y el estado de mente atenta, popularizado con la palabra inglesa “mindfulness” que puede entenderse como atención plena o conciencia plena. Este interés deriva del hecho de que ha recogido la tradición oriental y ha depurado sus técnicas para evitar lo religioso, lo anecdótico o folklórico, aprovechando y estudiando cómo esas técnicas pueden ayudar a desarrollar buenas estrategias para combatir el estrés, para regular las emociones, para generar estados de ánimo y formas de enfrentar los problemas cotidianos. Desplegar el estado de mente atenta, la conciencia plena sigue siendo su objetivo, y el método, un acercamiento progresivo a la meditación, haciendo fácil y accesible a todo el mundo su aprendizaje.